El 15 de febrero de 2013 un asteroide de 17 metros de diámetro provocó una explosión 35 veces más potente que la bomba atómica de Hiroshima en la región de Chelyabinsk, Rusia. La roca no fue detectada hasta que entró en la atmósfera y se convirtió en una auténtica bola de fuego. La suerte quiso que la composición del objeto no fuera demasiado densa, lo que favoreció que el bólido estallara en el aire y que no provocase más daños en el suelo. Aún así, la explosión provocó destrozos en 7.200 edificios de seis ciudades y dejó 1.500 heridos a causa, sobre todo, de la rotura de los cristales. Si hubiera tenido otra composición y hubiese caído en el lugar adecuado, podría haber sido mucho más destructivo.
Esta roca es uno de los objetos conocidos como «city killers» o asesinos de ciudades. Se trata de asteroides de hasta 50 metros de diámetro (tan largos como una piscina olímpica) que pueden provocar una devastación terrible en áreas pobladas. Tal como ha explicado a ABC Miquel Serra-Ricart, científico en el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), este tipo de asteroides son ahora el tipo de objeto que supone mayor riesgo para la Tierra. Aunque no tienen la capacidad destructiva de objetos mayores, como el que acabó con los dinosaurios, su peligro radica en que son mucho más abundantes y que aún no han sido detectados, en la mayoría de los casos. Por eso, según este investigador, es fundamental invertir en sistemas de detección para rastrearlos.
«La dirección de todos nuestros esfuerzos están ahora en buscar rocas pequeñas de 10 o 15 metros», ha dicho el científico. «La probabilidad de impacto de este tipo de objetos es baja, pero podrían causar muchas víctimas en una ciudad».
De hecho, emulando las explosiones de armas atómicas, este tipo de objetos se caracterizan en que estallarían en la atmósfera y en que provocarían potentes ondas de presión capaces de dañar los edificios y sacudir la tierra. Sus restos despedazados se esparcirían por amplias zonas.
Simulaciones para prevenir
Lo cierto es que las consecuencias de uno de estos impactos dependería mucho de multitud de factores, como la composición del objeto, su masa, el ángulo de entrada en la atmósfera o el tipo de suelo en el lugar del impacto. En general, los objetos menos densos y menos masivos son menos peligrosos. Cuanto menor sea el ángulo de entrada más serán frenados (o bien destruidos con mayor probabilidad) en la atmósfera.
Existen multitud de modelos para tratar de predecir cuáles serían las consecuencias de cada impacto en cada lugar, con vistas a poder prepararse, llegado el caso. Por ejemplo, muy recientemente investigadores de la Conferencia de Defensa Planetaria simularon las consecuencias del choque de una roca de 100 metros de diámetro en la ciudad de Nueva York.
Además, existen dos páginas donde cualquiera puede jugar y evaluar las consecuencias de este tipo de acontecimientos. En down2earth.eu, del proyecto del telescopio de Faulkes, es posible simular el choque de los objetos de mayor tamaño. Se puede incluso proyectar sobre un mapa el diámetro y la profundidad que alcanzarían los cráteres causados por varios asteroides en función de su tamaño, composición, velocidad o ángulo de entrada en la atmósfera.
Una roca de 100 metros en Madrid
Por ejemplo, si cayera una roca de hierro de 100 metros de diámetro, con una velocidad y un ángulo típicos (45º y unos 20 kilómetros por segundo) en el centro del estanque del Retiro, en Madrid, el cráter cubriría prácticamente todo el parque, arrasaría la puerta de Alcalá y casi llegaría a Neptuno. Alcanzaría un diámetro de 1.600 metros y una profundidad de 300 (comparable a la altura de la torre Eiffel).
El área de la devastación sería mucho mayor. La bola de fuego generada por el impacto casi alcanzaría los dos kilómetros de diámetro. A cinco kilómetros del lugar de la colisión, cubriendo prácticamente todo el área de la ciudad, generaría vientos de 700 metros por segundo. La ropa y los árboles entrarían en ignición, el cuerpo sufriría quemaduras de tercer grado y la gran mayoría de los edificios se derrumbarían.
A 20 kilómetros también habría incendios en los árboles y las personas sufriría quemaduras. La mayoría de los edificios y árboles caerían. Ya a una distancia de 45 kilómetros del estanque del Retiro, los daños se restringirían a la rotura de cristales. El eco del impacto alcanzaría allí los 81 decibelios (similar al ruido del paso de un tren).
El asteroide de la extinción
Si el asteroide que acabó con los dinosaurios cayera en el centro del parque del Retiro, la devastación sería planetaria. Localmente, causaría un cráter de más de 120 kilómetros de diámetro y una bola de fuego de 300 kilómetros. Los daños humanos serían incalculables.
El Imperial College de Londres y la Universidad de Purdue (EE.UU.) tienen en impact.ese.ic.ac.uk otra página en la que hacer simulaciones del impacto de asteroides, que permite también calcular las consecuencias del choque de los más pequeños.
Si sobre Madrid cayera una roca porosa de 20 metros, a una velocidad normal (20m/s), el objeto estallaría a 75 kilómetros de altura y provocará una lluvia de fragmentos. A un kilómetro de distancia, la onda de choque sería moderada, apenas capaz de romper algunos cristales y de alcanzar los 62 decibelios.
Pero, si la roca fuera densa y de 50 metros, su estallido provocaría la rotura de cristales en un radio de kilómetros.
Un asteroide de 20 metros cada 15 años
¿Hasta qué punto este tipo de eventos es frecuente y puede llegar a ocurrir? El astrónomo José María Madiedo, profesor de la Universidad de Huelva, ha explicado que los objetos menos masivos impactan con mucha mayor frecuencia en el planeta que los mayores. Los objetos de unos dos metros de diámetro caen una vez al año, por término medio. Los que miden 20 metros (como Chelyabinsk) caen cada 15 años, los de un kilómetro cada medio millón de años, los de cinco kilómetros cada 20 millones de años y los de 10, como el que mató a los dinosaurios, una vez cada 66 millones de años.
De los cerca de 800.000 asteroides que se conocen en el Sistema Solar, solo alrededor de 2.000 son considerados como potencialmente peligrosos para la Tierra (pasan a 25 veces la distancia Tierra-Luna o menos y tienen más de 150 metros de diámetro). Además, hay casi 20.000 objetos próximos a la Tierra, que incluyen objetos con diámetros inferiores. El problema que suponen estos es «que no sabemos cuántos hay, exactamente», según el astrónomo.
Debido a estas diferencias, y al hecho de que los objetos mayores son imposibles de evitar, de momento, es conveniente centrarse en esos objetos de decenas de metros, según Serra-Ricart.
Conocer su frecuencia de impacto es difícil. Por una parte, porque no dejan cráteres y, por otra, porque la mayor parte de la superficie del planeta carece de una red de cámaras con la que detectar su llegada. Además, hacen falta más telescopios para barrer todo el cielo. «Se está en ello», ha dicho Serra-Ricart. De hecho, este científico dirigecazasteroides.org una iniciativa para permitirle a astrónomos aficionados rastrear imágenes en busca de nuevos asteroides.
El peligroso 2019 DS1
Este tipo de investigaciones ya están dando sus frutos. El pasado mayo los espejos del Gran Telescopio Canarias (GTC) permitieron averiguar que un «city killer» de 20 o 40 metros descubierto en febrero de este año, y de nombre 2019 DS1, tiene una probabilidad de impacto importante el 26 de febrero de 2082.
Por entonces, pasará entre la Tierra y la Luna, a una distancia aproximada de 165.000 kilómetros. En caso de impacto, podría provocar una catástrofe similar a la que generó el evento de Tunguska en 1908. Este devastó más de 80 millones de árboles en Siberia (Rusia) y arrasó 2.000 kilómetros cuadrados de bosque. Aquel objeto estalló sobre una zona despoblada, pero, ¿qué habría pasado si hubiera desplegado su potencia explosiva en una zona habitada?
Este es solo un ejemplo que muestra que, con sistemas de detección, es posible localizar cuerpos que suponen un riesgo años antes de su llegada. O bien para descartar que así sea. Es el caso del asteroide Apofis, una roca de 340 metros que pasará a solo 31.000 kilómetros de la Tierra el 13 de abril de 2029.
El origen del peligro
¿Por qué ocurre todo esto? ¿Por qué la Tierra está bajo la amenaza del espacio? Muchos asteroides proceden del cinturón principal, un anillo situado entre Marte y Júpiter que, a veces, lanza objetos hacia los planetas a causa de las perturbaciones gravitacionales de otros cuerpos. Además, los cometas, rocas o montañas de nieve sucia que siguen lejanas y elípticas órbitas, a veces también se interponen con los planetas del Sistema Solar interior.
La fina capa de la atmósfera de la Tierra se interpone entre estos y la superficie. Es un escudo gaseoso capaz de frenar con la fricción los fragmentos y rocas más pequeñas, de hasta 10 metros, convirtiéndolas en meteoros, bellas estrellas fugaces o incluso en bólidos. Pero los fragmentos más sólidos y masivos llegan a la superficie y se convierten en meteoritos.
La castigada superficie de la Luna, arrasada por cientos de cráteres, atestigua que, hace 3.900 millones de años, nuestro vecindario sufrió un intenso bombardeo de rocas espaciales. Las huellas de este evento fueron borradas de la Tierra porque su superficie «está viva»: la tectónica de las placas renueva su «piel» con el paso de los cientos de millones de años, y los ríos, las montañas, la lluvia y los árboles esculpen a diario su superficie. Pero las pruebas nos dicen que en el futuro nuestro planeta volverá a sufrir importantes impactos.
Fuente: ABC Ciencia