El senador Gerardo Fernández Noroña volvió a cruzar la línea del debate político para instalarse en el terreno de la agresión personal. Sus declaraciones contra la alcaldesa Grecia Quiroz —a quien calificó de “fascista” y de actuar por “ambición”— encendieron indignación dentro y fuera del Senado, no solo por el insulto, sino por el tono profundamente misógino detrás de sus palabras.
En lugar de aportar argumentos, Noroña optó por descalificar a una mujer que atraviesa un contexto político y personal complejo, reduciéndola a estereotipos y acusaciones sin sustento. La crítica política legítima se sustituye, otra vez, por el recurso fácil y cobarde del ataque personal.
Las reacciones no tardaron. Desde instancias de defensa de derechos de las mujeres hasta voces de la propia arena legislativa, advirtieron que este tipo de expresiones normaliza la violencia política de género y reproduce un patrón de menosprecio hacia el liderazgo femenino. Señalaron que en un país donde la agresión contra las mujeres alcanza niveles alarmantes, un senador debería ser el primero en evitar discursos que alimenten esa hostilidad.
La postura de Noroña deja claro que para ciertos actores el protagonismo pesa más que la responsabilidad pública. Y mientras figuras así sigan usando su tribuna para denigrar a mujeres en lugar de debatir ideas, el país seguirá pagando el costo de una política donde el insulto pretende reemplazar al argumento.



