Ciudad de México. En su mañanera del 1 de octubre, Claudia Sheinbaum amagó con dinamitar uno de los pilares de impunidad política: adelantó que presentará al Congreso una iniciativa para que diputados y senadores pierdan el fuero.
“La presidenta no tiene fuero, ¿por qué tiene que haber fuero?”, cuestionó Sheinbaum antes de enviar la propuesta por escrito a la comisión correspondiente.
Duro golpe al garantismo parlamentario
Eliminar el fuero legislativo no es solo un gesto simbólico: es una jugada política que obliga a todos los legisladores —incluidos los del partido oficialista— a responder como ciudadanos ante la justicia. Si se aprueba, nadie estará blindado frente a denuncias por actos de corrupción, abuso de poder o violaciones constitucionales.
Pero ojo: la facultad de decidir cuándo entra en vigor la reforma quedará en manos de una comisión presidencial. Esa cláusula introduce discrecionalidad y riesgo de que la medida se active sólo contra opositores o cuando convenga al poder.
Estrategia política con sello autoritario
Esta propuesta no nace en el vacío. Se inscribe en un estilo de gobierno que avanza con firmeza hacia el disciplinamiento político. Sheinbaum está dejando claro que no teme pisar líneas rojas institucionales. Con esta jugada, manda el mensaje: la rendición de cuentas será vertical, no obvia ni progresiva.
Además, esta ofensiva coincide con otras tensiones crecientes entre el Ejecutivo y el Legislativo, así como con críticas de la oposición por centralización de poder. La presidencia busca redefinir límites constitucionales a su favor.
Riesgos y costos democráticos
Desbalance de poder. Si el fuero desaparece sin contrapesos fuertes, los legisladores pueden quedar a merced de persecuciones políticas.
Clima de tensión institucional. La reforma puede desatar conflictos con partidos minoritarios y provocar recursos de inconstitucionalidad.
Peligro de selectividad. Que la activación quede a discreción de una comisión supuestamente independiente abre la puerta a favoritismos.
En definitiva
Sheinbaum no solo está anunciando una reforma: está retando a la clase política y dibujando un nuevo mapa de poder. Quiere que todos respondan ante ella. Si triunfa, cambiará el equilibrio de responsabilidades. Si fracasa, exhibirá su fuerza en los márgenes del Congreso.
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