Hay clásicos que se resisten al paso del tiempo, independientemente de la nómina de las plantillas de los equipos, normalmente muy competidos. Así son los duelos Milan-Barça. A falta de títulos, el Milan sabe disputar los partidos más solemnes, aquellos en que se repasa su historia, se entrevistan a sus figuras y se recuerda la gloria de Berlusconi. Y el Barça aprendió el año pasado que no hay nada peor que sentarse en la sala de espera para ver pasar el cadáver del Milan. Los azulgrana se batieron ayer suficientemente para sacar un buen resultado, sin estridencias ni concesiones, incapaces hoy de marcar diferencias en lo individual y colectivo, cosa que dice más a favor del Milan que del Barça.
La postal azulgrana fue muy bonita cuando posó ante la enfebrecida hinchada rossonera abrazada a un elegante mosaico: Keep calm and always fight! [Mantén la calma y lucha siempre]. A excepción de Puyol, que necesita administrar esfuerzos después de sumar tantas lesiones como años (35), Martino dispuso al que se supone equipo ideal del Barça. Las rotaciones sirven para las jornadas de entretiempo y no para los días exigentes como ayer en San Siro, por más que la formación de Allegri expresara el envejecimiento del Milan. Reservado Balotelli, atacaban dos veteranos ilustres: Robinho y Kaká. Una vez puesta la pelota en juego, sin embargo, se mantuvo la lucha italiana y se desmontó la fotografía del Barcelona.
Muy respetuosos desde la alineación con el rival, el torneo, el escenario y la jerarquía del vestuario, los azulgrana no tuvieron ninguna consideración con el partido, a diferencia del Milan. El Barcelona se quedó petrificado, espectador del fútbol intenso, contundente y a veces hasta exquisito de los muchachos de Allegri. Muy fino, Kaká se movía como un cisne y la movilidad de Robinho provocaba la confusión de Piqué y Mascherano. Mezclaron mal los centrales barcelonistas y concedieron no solo un gol, sino también un par de llegadas muy comprometidas para Valdés. Al Barcelona le llevó un cuarto de hora tomar su sitio en la cancha y controlar el partido y al Milan.
Impreciso en la elaboración, los azulgrana entraron en juego desde la presión y la recuperación de la pelota. La tensa y concentrada defensa de ayudas italiana no concedía espacios a los volantes y delanteros del Barcelona. Había que provocar el error del Milan. Alexis apretó a Zapata, la pelota quedó dividida, acudió Busi y su apertura para Iniesta acabó a pies de Messi. El 10 recortó, regateó a su marcador para centrar el tiro, armo el remate y cruzó al palo izquierdo de Amelia. El empate propició un nuevo escenario en el que cada equipo se sintió muy a gusto con su papel. Aunque llevaba la iniciativa, cada pérdida de pelota del Barcelona suponía una bala para el Milan.
A los azulgrana les cuesta defender tanto la estrategia como las transiciones, y a ninguna zaga le resulta fácil responder a la profundidad de Alexis, a los regates de Neymar y al catálogo futbolístico de Messi, cada vez con más tendencia a dejarse caer en las bandas, como en la jugada del 1-1. La contienda se igualó y las ocasiones se alternaron en las dos porterías: falló un remate fácil Robinho y le faltó fuerza a Iniesta ante Amelia. Y un poco más tarde la entrada de Balotelli sirvió para acabar con el momentáneo monólogo del Barcelona. Aumentó la tensión y el partido se puso más peligros para los azulgrana que para el Milan, falto de grandeza y de jerarquía, incapaz de marcar diferencias.
A costa de ganar virtudes comunes, el Barcelona ha perdido singularidad, talento e ingenio. Anoche costó advertir la diferencia entre Montolivo y los volantes del Barça. No se observó la distancia que se supone entre el Milan y Barça. El ejercicio táctico de Allegri y la solidaridad de sus jugadores contrarrestó el talento de Neymar y Messi. No hubo más pólvora que la bruma del épico San Siro, satisfecho y orgulloso de sus futbolistas, incluso el día en que no dio con una jugada episódica para ganar en la última jugada. Muy remendado, el Milan convirtió su partido en un ejercicio de oficio, supervivencia y dignidad y por tanto le vale el empate. No es el caso del Barça.
Aunque el resultado también les sirve para reafirmar su liderato, a los azulgrana les faltó juego y brillantez, como si hubiera empequeñecido un poco desde cuando era el gran seductor de Europa. Hoy está en fase de reconstrucción, con jugadores todavía fuera de forma, sobre todo los que distinguen su fútbol, y el sábado le aguarda el Madrid en el Camp Nou después de ceder dos empates en escenarios tan opuestos como el Sadar y San Siro, como si no hubiera diferencia entre Osasuna y el Milan, ni tampoco entre los suplentes y titulares del Barça. Y el sábado aguarda un nuevo clásico, el clásico de los clásicos, en la Liga.