Entre Pogba y Griezmann, símbolos del músculo y el ingenio, la Francia de Deschamps conquista el mundo. La final fue un resumen del Mundial galo, una exhibición de eficacia y potencia. No es una Francia con un solo emperador, es un equipo hecho de granito. La segunda estrella llegó por la vía del martilleo. Croacia sucumbió primero ante la alta definición del VAR, luego por la fatiga física y mental. La juventud gala puede marcar época. Los 19 años de Mbappé auguran un Arco del Triunfo abierto durante años.
Croacia llegó hasta donde nunca pensó. Terminó un Mundial para héroes, con tres prórrogas y varias tandas de penaltis. En el último día le abandonó la fortuna y el factor audiovisual. Además, Modric nunca encontró el hueco por el que hacer historia. Su pareja con Rakitic merece entrar en los libros de historia del fútbol croata. Un dúo conmovedor, de centrocampistas de talento, a los que da gusto ver.
Son los nuevos tiempos. La Francia del 82 enamoraba desde el centro del campo, cuando cada pase salía con un ramo de flores. De ello se encargaban Platini, Giresse o Tigana. La Francia del 98 se metió en la coctelería: por un lado, Zidane o Henry, y por el otro la musculatura de Vieira, Deschamps o Thuram.
En ese pulso de estilos entre generaciones Deschamps ha construido una Francia metálica que escribe cartas de guerra desde el gimnasio. Dejó fuera a Benzema, Payet o Rabiot porque tenía claro que su equipo debía ser una ferretería a la hora de defender. De la escultura se ocupan Griezmann y Mbappé, uno el más listo del mundo y el otro con la capacidad de desordenar los músculos de los rivales.