Cancún, el principal destino turístico de México, de ser una ciudad segura, en menos de siete meses se ha convertido en una de las más violentas del país.
Envuelta entre el dominio ejercido por diversos grupos del crimen organizado, amalgamado con la corrupción que impera en los cuerpos de seguridad pertenecientes a los tres niveles de gobierno, hoy, Cancún vive con un miedo generalizado que empieza a afectar a su otrora boyante actividad económica, unas de las principales generadoras de empleo en el sureste del país.
Los delitos de alto impacto hoy ocurren a cualquier hora del día, y en cualquier punto de la ciudad; pocos escapan a esta escalada de violencia jamás vista en esta zona, y pese a las medidas implementadas por el gobierno federal, estatal y municipal no arrojan cifras positivas, producto del control que ejercen más de cinco grupos delictivos que se disputan a sangre y fuego el control de la plaza, una de las más codiciadas en la geografía del narcotráfico y delitos de alto impacto a nivel nacional.
La corrupción está ganando la partida a las autoridades de los tres niveles de gobierno, producto de la imparable corrupción, la falta de preparación de sus efectivos, aunado a los bajos salarios que perciben, así como los arreglos de la narco-política al más alto nivel, a quienes poco les importa acabar con el destino turístico más importante en la historia del turismo en nuestro país.
Al fin y al cabo, son pocos los años que les quedan de gestión para pasar a gozar, sin remordimiento alguno, los millonarios dineros acumulados, producto de su complicidad con grupos criminales que tienen como premisa de operación, el terror y la violencia al más alto nivel.
Restaurantes, bares, estacionamientos de centros comerciales y hasta gimnasios; así como colonias populares y lujosos conjuntos residenciales, los han convertidos en campos de batalla para llevar a cabo ajustes de cuentas entre miembros del crimen organizado.
En estos trágicos días, son pocos los que escapan a la violencia generada por una delincuencia que se ha apoderado del control de la ciudad y otros importantes destinos vacacionales, ante la mirada complaciente de quienes dirigen los destinos de Quintana Roo y sus principales ciudades.
El millonario negocio de la droga y sus variantes como el secuestro, cobros de piso, la extorsión y los robos violentos, lo permiten todo; por ello el incremento de muertes inocentes y de ejecutados, mismos que hoy bañan de sangre y enlutan hogares al por mayor, como si se tratara de un vía crucis permanente adoptado por una sociedad incrédula que se niega a aceptar su realidad objetiva, producto de la complicidad e inoperancia de sus autoridades.
Balaceras en céntricas avenidas, ajustes de cuentas en centros de diversión, tanto de la Zona Hotelera como en el área turística del centro de la ciudad.
Y más aún, el ejemplo claro de la impunidad que goza el crimen organizado, fue el ataque a la Vicefiscalía General de Justicia del Estado, perpetrado a plena luz del día por un comando armado, en donde perdieran la vida tres sicarios y un policía en activo.
Ese mismo atentado desencadenó diversas balaceras en populosas avenidas y centros comerciales de este polo vacacional, generando una atmósfera de terror e incertidumbre que paralizó, por varios días, la actividad comercial y de centros de diversión de la ciudad.
Sin un trabajo de inteligencia efectivo, aunado al desmantelamiento de los cuerpos de seguridad que hoy afloran el abandono en que fueron sumidos producto de la imperante corrupción que floreció desde sexenios y trienios pasados, hoy desemboca en un clima de violencia que amenaza con extinguir el éxito de la marca Cancún, conocida mundialmente, y obliga a un éxodo de empresarios y familias completas, que olvidados por sus autoridades huyen de este destino vacacional, ante la falta de garantías individuales, con el objetivo claro de proteger sus bienes materiales y su seguridad personal.
El sector gastronómico arroja cifras alarmantes de cierre de centros de diversión como restaurantes y bares, por negarse a pagar cuotas semanales por derecho de piso que oscilan entre los cinco mil y diez mil pesos, a grupos delictivos que han adoptado este delito como su modus vivendi.
Lo más grave de todo ello es que hasta los propietarios de espacios en diversos tianguis de la ciudad, la mayoría ubicados en diversas colonias populares, son obligados a pagar cuotas semanales que van de los dos mil a los cinco mil pesos semanales, de acuerdo al éxito y productos que comercialicen.
Estos dos casos tan sólo son una muestra real del Cancún actual, de esa ciudad que fue símbolo de la prosperidad y de la conformación de sociedades nuevas, emprendedoras y visionarias que cambiaron su lugar de origen en busca de las oportunidades que generosamente les brindaba este Quintana Roo, nuestro.
Poco queda de lo anterior, ante los embates de esas bandas del crimen organizado que cuentan con la más alta protección que le brinda una clase política anquilosada en viejos vicios que tanto daño han causado y siguen causando a diversas zonas y ciudades del país.
Nadie escapa al brazo flamígero de quienes se han convertido hoy en día, en un poder de facto, que construye alianzas económicas, con políticos, funcionarios y comandantes policíacos, que los dejan actuar de acuerdo a sus gustos y conveniencias a costa de ejercer la violencia a su máximo nivel y que representan la descomposición social, que se refleja en este festín de sangre, dolor y lágrimas que viven un día sí y otro también, decenas de familias sometidas al yugo de esas complicidades perversas y que vaticinan la extinción de quien fuera planeado como el destino vacacional, ejemplo del florecimiento en Mexico.
Con información del Por esto